No. 450, Recordando a Miguel Hernández en un nuevo aniversario de su fallecimiento

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RECORDANDO A MIGUEL HERNÁNDEZ
EN UN NUEVO ANIVERSARIO DE SU FALLECIMIENTO



(Orihuela, 30 de octubre de 1910 - Alicante, 28 de marzo de 1942)

ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.


LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER*




Introducción y Selección de Textos: Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz*


Agredir a otro ya es un desorden, un movimiento del psiquismo que se concreta en físico. Pareciera que tal disposición nos viniera en los genes, navega por la sangre y hace fuego en las manos y en la voz. Los sistemas se activan de diversas maneras, van desde el gesto descompuesto, la intemperancia verbal, hasta la invasión a la otra corporeidad, bien sea con los propios miembros, o con instrumentos, especializados o no, para socavar al contrincante. Un puño,  una piedra, un leño, un cuchillo, un arma de fuego, cualquier cosa que proyecta la pasión destructiva. Irrumpir con  violencia es levantar bandera en los despojos ajenos, es declararse superior ante el más débil, desprevenido, o víctima propiciatoria. Desde el más tierno infante –perverso polimorfo, en términos rotundos de Freud-cuando hace pataleta, araña y muerde a la madre o teatraliza para que castiguen al hermanito mayor, hasta el más vil sociópata, la carga belicista está presente en la cotidianidad. Hace parte de nuestra energía libidinal, nos insta a pararnos firmes sobre la tierra, a defender, por las buenas o por las malas, nuestro patrimonio tangible e intangible. 
Matar es un verbo tabú, porque se sale de lo normal, así se haya tratado de legitimar con textos superpuestos, como la patria, la religión, la propiedad, el poder, los códigos de honor, la raza y la tradición. Matar descompensa, se vuelve noticia, rompe diques familiares y sociales, paraliza fracciones de tiempo, complica a los vivos con el peso y los humores de los muertos. Se cambia de aire, de color, de ritmo. Los duelos se prolongan, las campanas doblan sobre los techos y el corazón de las palomas. Matar es un gran desorden, un remolino tratando de encontrar un nuevo cauce de equilibrio. Viene la media asta, el sostenido de trompeta fúnebre, los rostros compungidos y los sobretodos negros. A veces, la medalla de honor, las palabras encendidas, pero en la cima del climax, se campea el silencio de sabernos impotentes frente a la tarea precisa de Caronte, el aciago barquero, capitán de la muerte. Matar un hombre nos disminuye, ha dicho el poeta, porque matar a un hombre, es matar un universo: de afectos, posibilidades, deseos, noches y amaneceres. Sumatoria de domingos, como una tregua, de las pequeñas agonías laborales, incensarios de sábados, con el vino y los cuerpos en combustión de fiesta. La nada, si es posible la nada, donde una vez habitaron la sorpresa y el péndulo.

Svetlana Aleixiévich es una mujer bielorrusa, que el próximo año arribará a los setenta. Es periodista y escritora, en el año 2015 le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura. Se paseó por las estepas y las ciudades de la antigua Unión Soviética, con grabadora y bitácora, auscultando la voz entrecortada de las veteranas de la segunda guerra mundial, aquella que libraron muchas mujeres, ante la invasión nazi y que dejó millones de muertos, dispersos entre la nieve y las trincheras. Mujeres jóvenes, algunas apenas saliendo de la adolescencia, que nunca imaginaron siquiera con empuñar un arma, se vieron envueltas en batallas dantescas, resistencias inverosímiles y heroísmos, que en medio de la nefasta conflagración, dejan esa mínima impronta de humanidad, a la que acudimos cuando todo se derrumba, menos la pavesa, tímida y oscilante de la compasión. De su libro “La guerra no tiene rostro de mujer” he seleccionado algunos textos que bien pueden funcionar como pequeñas crónicas, minificciones, hasta poemas, para que nuestros innúmeros lectores pongan en balanza esas dos palabras que León Tolstoi, otro ruso insigne, nos dejó para siempre: Guerra y  Paz .
        
*
“Trajeron un herido…Estaba tumbado en la camilla, el vendaje le cubría casi por completo, había recibido una herida en la cabeza y se le veía muy poco la cara. Un poquito. Por lo visto, le recordé a alguien, se dirigió a mí: “Larisa…Larisa…Larisa…” Supongo que se trataría de la chica a la que quería. Y yo me llamaba justo así, pero yo sabía que jamás me había cruzado con ese hombre…Pero me llamaba a mí. Me acerqué, no comprendía lo que ocurría, intentaba aclararme. “Has venido? ¿Has venido? Cogí sus manos, me incliné hacia él…”Sabía que vendrías…” me susurraba algo, yo no entendía que decía. Me cuesta contarlo, cada vez que me acuerdo de aquel momento, los ojos se me llenan de lágrimas. “Cuando me marché al frente –dijo- no tuve tiempo de darte un beso. Bésame…”
Le besé. Se le escapó una lágrima que se escurrió hacia el vendaje y desapareció. Y ya está. Murió…”
*
    “Los alemanes nos cogían prisioneras a las mujeres militares…Las fusilaban. O las paseaban ante sus tropas, mostrándolas. “No son mujeres, son unos monstruos”. Siempre nos guardábamos dos cartuchos para nosotras, dos, por si el primero fallaba…
“Capturaron a una de nuestras enfermeras…Un día más tarde conseguimos arrebatarles esa aldea. Por todas partes encontramos caballos muertos, motocicletas, vehículos blindados. La encontramos: le habían arrancado los ojos, le habían cortado los pechos…Le habían metido un palo…Hacía mucho frío, ella era muy blanca y tenía el pelo canoso. Tenía diecinueve años.
“En su bolso encontramos las cartas de su familia y un pajarito verde, de goma. Un juguete…”
*
“Ardían los bosques y los campos…Humeaban los prados. Vi perros y vacas quemados…Un olor insólito. Desconocido. Vi…los barriles con los tomates y las coles quemados. Ardían los pájaros. Los caballos…Todo…Las carreteras estaban llenas de objetos negros, quemados. Había que acostumbrarse a ese olor…
Comprendí entonces que cualquier cosa puede arder…Incluso la sangre…”
*
“Durante un bombardeo se nos acercó una cabra. Se acercó hasta el lugar donde nos escondíamos y se tumbó. Simplemente se tumbó a nuestro lado y balaba. Dejaron de bombardear, la cabra nos siguió, no se apartaba de la gente: era otro ser vivo asustado. Llegamos a un pueblo y allí se la ofrecimos a una mujer: “Quédesela, nos da mucha pena”. Queríamos salvar a la cabra…”
*
“Tomamos una aldea…Buscábamos agua. Entramos en un patio donde habíamos divisado un pozo con cigoñal. Un pozo artesanal, tallado a mano…En el patio yacía el dueño de la casa, fusilado…A su lado estaba sentado su perro. Nos vio y comenzó a gañir. Tardamos en comprender que nos estaba llamando. El perro nos llevó a la casa…En la puerta hallamos a la mujer y a tres niños…
“El perro se sentó y lloró. Lloró de verdad. Como lloran los humanos…”

·         Alexiévich, Svetlana.( 2015). La Guerra no tiene rostro de mujer. Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U. Bogotá, D.C. Colombia

*Nacido en Cali, 1951. Licenciado en Filología Española, Uptc, Tunja. Magister en Literatura Hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo,  Bogotá. Miembro fundador de la Corporación Literaria Si Mañana Despierto y de las revistas literarias Rosa Blindada y Calipoema, Cali, así como Cántiga y Ocarina, Tunja. Docente durante 21 años de la Uptc en Artes y Ciencias del Lenguaje.
Ha publicado los libros Ciudad Menguante (1991, segunda edición 1996), Vuelta de Campana, Premio del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá, 1994. Brújula Insomne, 1997. Farallones, 2000. El Puente de la luna, antología personal, Universidad del Valle, Colección Escala de Jacob, 2004. Desde el Umbral, poesía colombiana en transición, tomos I (2005) y II, (2009), Uptc, Tunja. La Fábula Poética en Giovanni Quessep, Premio Jorge Isaacs en Crítica Literaria, Colección de Autores Vallecaucanos, Cali, 1998. Exiliados del Arca, 2009, Colección Educación, Uptc 70 años, Tunja, libro finalista en los Premios Ciro Mendía y José Manuel Arango, Medellín. Palabras Migratorias, 2010, antología personal, Caza de Libros, Ibagué, Colección Cincuenta poetas colombianos y una antología. La Casa Amarilla, 2011, Poetas colombianos, Siglo XXI, finalista Premios Jorge Isaacs, Cali. Manuscrito de Sísifo, V Premio de Poesía, Universidad Industrial de Santander, UIS, 2013. Cuerpos sobre campos de trigo,  XV Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus, 2014. En la actualidad mantiene la publicación virtual de la revista rosablindada.net con el colectivo tradicional de Rosa Blindada, en Cali.


HABLEMOS DE CINE



Por Omar Ardila*


Buscando identidades en la diáspora

El encanto de las imposibilidades (2007) de Nicolás Buenaventura, es una obra de autor que reflexiona sobre el quehacer artístico desde las vertientes del documental. Aunque la producción es francesa y el tema pareciera no tener nada que ver con nuestra realidad, la génesis del proyecto tiene lugar en Cali, la ciudad natal del director. Allí el realizador tuvo su primer encuentro con el “Cuarteto del fin de los tiempos” de Olivier Messiaen, y desde ese momento sintió un encantamiento que en adelante fungió como deseo para profundizar en la reflexión sobre el poderío del arte y en la fuerza de la imagen artística que no es exclusividad de lo visible. En cuanto a la identificación del filme con Colombia, Buenaventura es enfático cuando dice: la obra "fue escrita y pensada en Cali, tiene una mirada que es de acá y el público así lo siente, me lo dice. Siente que la película habla de ellos, de este país, de lo que aquí pasa" (1). Esto me lleva a recordar la pregunta de Luis Ospina en Oiga Vea (1971) referente a “¿qué es el cine oficial?”. Y es, entonces, cuando se puede evidenciar que en el cine colombiano ha existido un canon  que define una manera de investigar, de analizar, de generar discursos; en última instancia, de legitimar una forma de ver el país.

Retomando a Jacques Ranciére, para quien las imágenes del cine son ante todo, “operaciones; relaciones entre lo decible y lo visible, maneras de jugar con el antes y el después, la causa y el efecto”, (2) se nos facilita sentir de manera especial la entrada del filme, con el encuadre de una mola (tejido indígena) y la ubicación del lugar desde donde surge la búsqueda: “Vivía en Cali, Colombia, hace muchos años… la guerra ya estaba presente”. Con la mirada de este país que se ha hecho a tiros como fondo, el director nos lleva a pensar la Guerra en la política internacional. Recordemos que el arte se ha venido consolidando como el tema central de la filosofía política, debido a su carácter emancipador de las masas que, desde la modernidad, se han convertido en sujeto político, tal como lo exalta Peter Sloterdijk.

Aquella música de Olivier Messiaen era un acontecimiento para el director Nicolás Buenaventura. Tenía, mientras la escuchaba, la sensación de escuchar una historia bien contada. Y al indagar, descubrió que fue compuesta por cuatro prisioneros en la II Guerra Mundial. La pregunta casi obvia que enseguida surge es ¿cómo se puede crear una pieza tan profunda y mística en semejantes condiciones? Quizás Godard nos pueda aportar algo desde sus Historias… cuando nos habla de la existencia de la imagen en dos movimientos: como una “singularidad inconmensurable” que tiene su vida autónoma, su presencia visual; y como una “operación de puesta en comunidad”, de establecimiento de puentes para darle vida a una historia común (3).

Buenaventura inicia el recorrido hacia Silesia, el lugar donde quedaba el campo de prisioneros de Görlitz, y se adentra en las ruinas con la ayuda de un exprisionero que trata de ubicar el lugar y de revivir las huellas. Los cortes nos ponen de cara a la interpretación del cuarteto que sucede en una sala de conciertos y se intercalan con imágenes de archivo de la guerra y la entrada en off de la voz de Messiaen que nos cuenta cómo, en una salida al bosque y tras escuchar el ímpetu del canto de los pájaros, decidió escribir la pieza musical. Desde ese momento, los pájaros serían una presencia permanente en su obra, pues para él, ellos eran el “símbolo de la libertad”. Otros exprisioneros describen el encarcelamiento y Messiaen vuelve para decirnos que “si compuse este cuarteto fue para evadirme de la nieve, de la guerra, de la prisión y de mí mismo”. Tratando de revivir ese particular episodio creador, Buenaventura intenta una reconstrucción de la primera presentación que tuvo lugar en el campo de concentración ante los otros detenidos. Los músicos son vestidos con el uniforme de los prisioneros de guerra y se tratan de adaptar los instrumentos a las condiciones que debieron tener allí. En fin, se intenta una interpretación casi imposible, pues además de las difíciles condiciones materiales, no hay que olvidar que se trata de una obra que produce un sufrimiento obligatorio para quien la interpreta, al ser o muy lenta o muy rápida. Messiaen hizo una asociación con el tiempo que aún le quedaba por estar en el encierro, a sabiendas de que era indefinido. Buscaba borrar los tiempos idénticos para producir un ambiente de intemporalidad similar al del estado del sueño.

El filme está construido a partir del ritmo que le da el cuarteto. Es una evocación dictada por la fuerza de la música, por la complejidad de algo que parece tan sencillo. Y busca pensar la guerra, pensar el arte, pensar la vida y sentir la ausencia (nuestra identidad en la diáspora), como en el último plano, donde desaparecen los músicos, los espectadores, las sillas y solo queda la música: la imposibilidad vencida.

El mismo director nos dice sobre su filme: "Yo quiero que hable de cómo los seres humanos necesitamos del arte, el arte no es una diversión, no es un lujo, es tan vital como respirar, como comer. El mundo no lo podríamos pensar, no podríamos pensarnos a nosotros mismos sin el arte. Si estamos en una situación tan compleja en este país es porque hay poco interés en el arte, en la cultura, en la educación, que son esenciales"(4).

Notas

1.       Buenaventura, Nicolás, en entrevista publicada por el periódico El Tiempo (versión virtual), 20 de septiembre de 2009. Web: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-6155987
2.       Ranciére, Jacques, El destino de las imágenes, Buenos Aires, Prometeo libros, 2011.
3.       Godard, Jean Luc, en su filme Historias del cine (1988-1998)
4.       Buenaventura, Nicolás, Ibídem.

*Omar Ardila Murcia. Poeta, ensayista y analista cinematográfico. Ha publicado: Alas del viaje en un instante (2005), Palabras de cine (2006), Corazón de Otoño (2010), Espejos de niebla (2012), Antología de poesía anarquista –Tomos I y II (2013), Cartografías cinematográficas (2013), Esquizoanálisis y pensamiento libertario (2015), Devenires menores (2015) Luces sobre las piedras (2016), y Las cinco letras del DeseoAntología latinoamericana de poesía homoafectiva del siglo XX (2016). Es creador de los blogs: Cine Sentido y Pensar, crear, resistir.

SOBREVUELO A LA POESÍA COLOMBIANA (FRAGMENTO)



Por Álvaro Marín*

Las palabras también se enferman, se anquilosan y mueren. La palabra como todo ser vivo es permanentemente atacada por la esclerosis, la costumbre y en algunos ámbitos, por la profesionalización. Ante el uso y la costumbre el lenguaje pierde significación, vitalidad y lo que es más importante su fuerza simbólica que es precisamente el sentido que tiene el lenguaje en la vida y en la consolidación de la cultura, de allí que el arte relacionado con la palabra cumpla una función social que es crucial en la comunidad humana: vitalizar el lenguaje, ampliar su sentido y trazar el registro de la imaginación y de la realidad en medio de una cultura que vive permanentemente en expansión. Buena parte de la sobrevivencia y de la convivencia social consiste en mantener vivo el lenguaje y darle el lugar justo y una significación válida, lo demás es falseamiento, incluso la imaginación puede ser desvirtuada en el arte mimético y la pose erudita.
Corresponde al  artista reconocer el hecho estético cuando este ocurre, precisamente porque uno de sus efectos es la construcción simbólica, además de ser el hecho estético un elemento dador de sentido. Hoy se publica una poesía formalista, bien lograda, y que incluso recurre al arte  mismo como tema de su escritura, pero esta no deja de ser una vertiente desvitalizada que evade ladinamente el entorno. Pero hay por fortuna otras expresiones: “Las palabras están muertas”, dice un poema de reciente publicación, un poema que hace parte del título El sol y la carne, de Camila Charry.[i] Este libro, además de propiciar varias reflexiones sobre la poesía de nuestro momento nos entrega una obra poliédrica en su ejercicio de síntesis, que no es condensación como se cree sino algo más complejo: es el lenguaje que primero ha pasado por un previo ejercicio de reconocimiento, traducción, análisis, incorporación y creación, antes de emerger de nuevo como expresión simbólica. En El sol y la carne encontramos el arte vivo, la manifestación del lenguaje como expresión que puede dar cuenta de las condiciones subjetivas y vitales de este tiempo que corre. 
La publicación de El sol y la carne nos trae a la realidad una experiencia estética singular, si pensamos que el hecho estético es una construcción simbólica que se nos presenta como experiencia, como generación, hasta que nuevamente los símbolos se descomponen y se desgastan y se hace necesaria una nueva generación y recomposición. Y eso es precisamente lo que precede a una corriente estética, no es la inscripción en el registro formal del supuesto canon literario propuesto por la reciente alianza mercantil entre la academia y las editoriales, es contrariamente un registro en el tiempo y en la experiencia vital e histórica.  
Uno de los elementos de El sol y la carne es su temática pertinente, y la presencia de la violencia histórica, violencia encubierta por las vertientes formalistas. Veamos de trasfondo, mientras leemos a El sol y la carne, uno de los símbolos creados por Alejandro Obregón: El último cóndor, imagen de la crisis de la relación del hombre con los elementos, un fondo no interpuesto de manera gratuita para acompañar la lectura; no es un fondo en grisalla ni una forma simple de relacionar la imagen pictórica que hay en Charry y que hace parte importante de su registro, sino un fondo vivo que alterna en contrapunto con la reciente creación poética colombiana que se aproxima a la violencia como experiencia histórica. En Obregón y su temática de la violencia hay más relación con El sol y la carne que el que pueda tener este libro con otras publicaciones  recientes de la poesía. Retomemos también, ya un poco más lejanas en el tiempo las palabras del cronista Luis Tejada, el maestro de la generación literaria de Los Nuevos a principios del siglo XX y al poeta Gaitán Durán, para una aproximación de contexto a la publicación de Camila Charry. 
Si traemos a Tejada es porque este se refiere precisamente a la experiencia del lenguaje como experiencia vivencial del hombre que no es solo memoria y erudición, o conocimiento, es también creación que percibe los cambios en la realidad y se manifiesta a través del arte del lenguaje, que es a su vez construcción de sentido. Y aunque el tiempo de los continuos cambios, de las rupturas y las vanguardias lo vivió el mundo intelectual y social durante todo el vértigo del siglo XX, lo que señalan nuestros pensadores es precisamente su timidez, o ausencia en Colombia, de allí que Rubén Jaramillo Vélez nos señale con insistencia nuestra modernidad postergada[ii], y si miramos hacia el lado del arte no vemos otra cosa, y vemos también otro hecho concreto en el mundo social: en Colombia no hubo revoluciones ni reforma sino revueltas, o inmolaciones como las del nueve de abril, y podemos plantear lo mismo en el arte, con algunas excepciones en la pintura y la escultura en donde Obregón es parte de una expresión de las rupturas y extrañamientos expresionistas que su grupo llamó expresionismo mágico. En la poesía y el ensayo Gaitán Durán hace el ejercicio de diálogo entre la poesía y el pensamiento latinoamericano y europeo, pero su muerte nos retarda la obra, no la obra de Gaitán, pero sí la de su generación. La comunidad artística del país no es consciente de las implicaciones que tiene todavía para el arte y para la literatura esta muerte, la renovación no muere con Gaitán Durán, pero se posterga, como se posterga por otros factores históricos y sociales la modernidad. Aunque sabemos también que en Colombia y Latinoamérica el proyecto moderno ha sido impuesto al contrafuerte de una realidad ya de sí en conflicto con este. Algunos pensadores latinoamericanos como Enrique Dussel[iii] han intentado explicar este singular fenómeno cultural en Latinoamérica desde la anacronía que representan dos o muchos tiempos y mundos que confluyen y a la vez se rechazan, y diversas condiciones sociales y culturales que se retroalimentan, pero que no son un continuo de la experiencia de Europa sino expresión de una auténtica vivencia propia, por ello Dussel señala más bien un sentido de transmodernidad en lo que él llama “reconstructivismo, o visión reconstructiva de la historia de la cultura latinoamericana” como crítica de la multiculturalidad expuesta desde un afuera que todavía no nos lee y en donde manifiesta que no puede ser postmoderno lo que no ha sido previamente moderno.
¿Y qué tiene que ver la publicación de El sol y la carne con todo esto? Para responder a esta pregunta hay un complejo de entramadas construcciones y sentidos inmersos en nuestra modernidad conflictiva, conflicto vivido en toda Latinoamérica, pero que lo expresamos especialmente en Colombia, con toda la carga de violencias con las que estas fuerzas se confrontan en todos los ámbitos de la vida, y de eso hecho es que trata precisamente el libro mencionado que no por gratuito azar trae imágenes recurrentes de la violencia que no es solo violencia social; la naturaleza también se manifiesta, y lo hace muchas veces de la misma manera, como esas reses que navegan en el fango, o como los hombres y los elementos devastados al lado de la naturaleza, que nos presenta el libro de la poeta colombiana, en formas de vertientes y de aguas que se convierten en fuerzas demoledoras y en los elementos de esa devastación con los que la escritora reconstruye un sentido a través de su poesía.
Leer ensayo completo en

[1] Charry Camila. El sol y la carne. Ediciones Torremozas. Madrid, España. 2015
2 Jaramillo Vélez Rubén. Colombia, la modernidad postergada. Siglo del hombre editores. Bogotá. 1998.
3 Dussel Enrique. Transmodernidad e interculturalidad. Universidad Autónoma de México. México. 2005.

* Poeta y ensayista colombiano
Sus ensayos críticos sobre cultura y literatura se publicaron en El Magazín del diario El Espectador en los años 90. En poesía publicó Noche Líquida, mención en el Premio Latinoamericano de Poesía convocado por la revista Prometeo; su libro Jinete de sombras (1992) obtuvo un premio en la Casa de Poesía Fernando Mejía de Manizales. El libro de ensayo La brújula no quiere marcar más el norte, es una reflexión sobre literatura colombiana y fue publicado por la editorial Magisterio de Bogotá. En Caracas publicó Estrategia continental en el año 2008, libro de ensayo sobre cultura latinoamericana y literatura. Otro de sus  libros de ensayo crítico es La biodiversidad es la cabalgadura de la muerte, libro que trata sobre el desplazamiento en Colombia. Con la crónica Humboldt y las manzanas podridas, el Instituto de las artes de Bogotá le concedió el premio en este género, y el Centro de Poesía José Hierro de España le concedió mención en el Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro. La Universidad Industrial de Santander, por convocatoria, le concedió el Premio Nacional de Poesía en el año 2016.

METAPHYSICA

No hay anclaje.
El sueño no existe, la muerte no existe;
Quienes parecen morir, están viviendo.
.
Emerson

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CARTAS DE LOS LECTORES

CONFABULADOS: La nota escrita por el ensayista venezolano Mario Amengual, me pareció excelente, pues trae a los lectores el fresco acervo poético plasmado en varios de los discursos de los Premios Nobel de Literatura. Gracias por este tipo de publicaciones. Ludovico Satizábal Henao

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AMIGOS CONFABULADOS: Los felicito por el trabajo de difusión que hacen en su sección hablemos de cine. El autor, Omar Ardila, es un gran conocedor del tema y lo desarrolla de una manera grata y precisa para los amantes del séptimo arte. Me gustaría sí, leer algunos escritos suyos sobre películas extranjeras. Anaís Beltrán

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CONFABULADOS QUERIDOS: Me gustó mucho la reseña de Anell Marte, sobre Caja de Pandora de Mauricio Palomo. Helena Chaux
 Valencia

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